Los primeros efectos de la inflación fuerte no se están notando en los precios sino en los salarios

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Los primeros efectos de la inflación fuerte no se están notando en los precios sino en los salarios

Por fin lo que nos tachaban como que sólo eran especulaciones sin ningún fundamento se han acabado probando ciertas, y esa inflación ante la que les venimos advirtiendo desde estas líneas se puede decir ahora sin ambages que ya la tenemos aquí.

El que hasta ahora negaba la posibilidad de asistir a un rebrote inflacionario contravenía el razonamiento económico, pero el que sigue negando ahora mismo su existencia en lo que ya está cayendo es en negar los datos objetivos. Y no crean, que puede que sea algo más frecuente de lo que debería, pero económicamente es una ciega actitud que debe ser erradicada en favor de la econometría más pura, y huyendo de esas conveniencias político-ideológicas que todo lo pueden acabar manipulando en su interés.

Sea como fuere, la inflación ya está innegablemente aquí, y como siempre solía ocurrir cuando la inflación era inflación, sus primeros síntomas se manifiestan con una fuerte inflación salarial. Puede que ésta en principio pueda sonar muy atractiva, pero el hecho es que, si no es bien gestionada, sólo suele ser antesala del empobrecimiento generalizado de las clases asalariadas y su poder adquisitivo.


¿Inflación? ¿Qué era aquello de la inflación? ¿Un concepto económico decimonónico o era ya simplemente del siglo pasado?

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La inflación en su forma corpórea de IPC era hasta hace bien poco una bestia totalmente dormida, que no por dormida era menos bestia. Y como buena bestia en cualquier momento puede acabar de despertar del todo, dejar su letargo, e hincar el diente a nuestra socioeconomía y a nuestra capacidad adquisitiva. Desde estas líneas llevamos ya algunos trimestres anticipándoles sobre esa inflación que venía, y que ahora ya está final e innegablemente aquí.

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Lo más peligroso del rebrote inflacionario que tendríamos por delante no es ya tanto su capacidad de erosionar la capacidad nuestros bolsillos (su propia definición), sino también la posibilidad de acabar trayendo o bien un desastroso proceso hiperinflacionario, o incluso un igualmente desastroso sobrecalentamiento económico, que puede ser mucho peor que una crisis en su concepto más clásico. Pero tal vez un tercer factor de peligrosidad respecto a la temible inflación es cómo, tras décadas de narcóticos monetarios y de una economía sin tensiones inflacionarias, el panorama ha hecho que demasiados economistas hayan bajado peligrosamente la guardia ante la inflación, e incluso que haya ya varias generaciones de ellos que no han sufrido en sus propias carnes todo el daño socioeconómico que esta bestia es capaz de infligir cuando se desboca. Y la auto-complacencia y el no saber ver las amenazas económicas que vienen es de lo peor que le puede pasar a un economista, porque aquí nunca nos hemos conformado con ser de esos analistas que explicamos a la perfección lo que ha pasado con la economía una vez que ya ha pasado, y siempre hemos sido incluso osados al tratar además de anticiparles lo que en economía nos aguardaba a la vuelta de la esquina.

Desde luego que hay dos cosas especialmente esenciales en economía, y una es conservar esa capacidad de razonamiento económico intacta y a salvo de intereses e incluso de sesgos propios (y ajenos), y la otra es saber prepararse para la economía que viene. Sin estas dos cualidades con las que todo agente socioeconómico debería poder contar, en vez de Ciencia Económica, lo que acabamos teniendo es simplemente Historia Económica. Y dependiendo del país y del desastre que ha producido la ceguera económica de sus dirigentes, ya no tienen ni Historia Económica, sino simples historietas económicas, y a casos como el de Venezuela me remito, y en especial a los que les ayudaron a diseñar esas políticas económicas bolivarianas tan desastrosas, que en su día fueron calificadas sin sonrojo como “la esperanza de Latinoamérica”. Por todo ello, menos manipulación socioeconómica y menos argumentos pervertidos, y más entender la economía y saber gestionarla eficaz y respetuosamente. La economía es un sistema muy complejo, pero a la vez muy delicado, y requiere ser regulada e intervenida sólo en su justa medida, y solamente cuando el perjuicio de no intervenirla supera al de hacerlo.

En la prepotencia típica de ciertas tendencias ideológicas hiper-interventoras que todo creen poder dictarlo a golpe de ley, la realidad económica siempre es mucho más fuerte y se acaba imponiendo de una manera u otra. Donde el autócrata o el populista de turno dicta, el mercado escapa al nuevo obstáculo cuan corriente de agua que fluye de manera imparable hacia al mar. Y si los dictados acaban siendo dictatoriales redoblando la legislación económica más autoritaria, la economía languidece, y acaba muriendo junto con las clases sociales que dependen de ella (es decir: todas). Así que huyamos de prejuicios, de no tener en cuenta argumentos sólo porque nos quitan la razón, y de dictados que pretenden subsanar por las bravas lo que no se supo ver cuando todavía era sólo un riesgo, y no un desastre ya patente. Que algunos no se crean que por sus bemoles van a ser capaces de dictar el IPC del mes siguiente: como mucho, lo que pueden aspirar es a dictar cómo gestionarlo para que no se desboque, y que no sea destructivo para el pueblo y para las empresas. Y de esa gestión en los 70 y en los 80 nuestros economistas sabían un montón, que ahora nos toca desempolvar.

La inflación salarial: la primera en manifestarse, la última en gestionar

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Lo cierto es que los procesos inflacionarios revisten su complejidad, y no son simplemente un IPC que sube. En la inflación computan muchas más variables, unas llevan a las otras, unas con alertas tempranas, y otras son la manifestación post-mortem. La inflación es un síntoma complejo que no se puede atacar sin curar las enfermedades que lo provocan, y éstas pueden ser varias y especialmente malignas. De hecho, sobre el perjuicio de la inflación saben mucho especialmente esas clases modesats para las que un arañazo de un 1% en su poder adquisitivo puede suponer la diferencia entre pagar las facturas y comer con lo que queda, o que se te coman los gastos. Porque en países como EEUU éste es un tema que ya padecen no pocos ciudadanos, y de hecho allí ya han sacado un IPC específico para pobres, que permita medir la parte de sus bolsillos que la temible inflación les va robando percentil a percentil.

La inflación es el impuesto a los pobres... Y en EEUU su pobreza es tan cara que ya tienen su propio IPC

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Pero dentro de esa complejidad de los procesos inflacionarios, y entre las diferentes variables e indicadores, se puede decir que la inflación salarial es de las primeras en hacer acto de presencia. Efectivamente, antes de que la inflación de precios se desboque, la hoguera inflacionaria requiere que alguien haya echado gasolina al fuego con algo de inflación salarial que dé algo de margen a los consumidores para correr detrás de los precios. Es una carrera mayormente perdida, y en la que se acaba corriendo para no llegar a ninguna parte, puesto que te suben el sueldo para acabar pagando más por los mismos bienes básicos. Así en países como argentina ya se veía hace décadas (y puede que de nuevo) cómo en los supermercados los precios de los alimentos se ponían de forma actualizada en tiempo real en un letrero luminoso en la línea de caja, y cada vez que el precio de un producto volvía a pasar por pantalla, éste ya había subido un porcentaje nada desdeñable. Así, en aquella Argentina que parece que amenaza con volver, el sufrido pueblo asalariado argentino nada más cobrar corría al supermercado para hacer comprar para todo el mes, porque si se dejaba pasar tan sólo unas horas desde que cobraban su sueldo hasta que hacían la compra, eso marcaba la diferencia entre llegar a fin de mes o morirse de hambre los últimos días. Cosas de la gestión inflacionaria y de los procesos económicos imparables (que no inevitables).

Pero independientemente de que esa inflación salarial sea de las primeras en manifestarse, el hecho es que suele ser una de las últimas en ser gestionada, al menos en los regímenes económicamente autocrácticos o populistas. Y es que que le suban el sueldo al pueblo mola, mola mucho, tiene muy buena prensa, y hace a los ciudadanos sentirse más ricos. El problema es que cuando a esas subidas salariales le añadimos la inflación de precios, y el tema se queda en un juego de suma cero o, lo que es peor, incluso de suma negativa, que es lo que suele acabar pasando ante la inacción de los gestores económicos y la complacencia con la inflación salarial. Porque no se equivoquen, el progreso económico y la mejora del bienestar no tiene por qué tener nada que ver con la inflación salarial. De hecho, el capitalismos ha estado varias décadas mejorando los estándares de vida y la riqueza de millones de familias, pero lo ha hecho (salvando el periodo sobrevenido desde la crisis subprime) a base de un crecimiento sostenido y sostenible de los salarios y del poder adquisitivo de los ciudadanos, que no de un proceso de rebrote de inflación salarial más bravo que sano. Si el sistema está bien gestionado, todos podemos ir siendo poco a poco más ricos año a año, como ha venido pasando en las últimas décadas. Si el sistema está mal gestionado, y además se hace caso omiso a la inflación, todos iremos siendo un poco más pobres cada mes, por mucho que la nómina suba para adornar los discursos políticos dirigidos a narcotizar a los verdaderos perdedores socioeconómicos: los ciudadanos de a pie.

Y es que hoy por hoy esa inflación salarial ante la que les estamos advirtiendo no es que ya haya hecho acto de presencia, sino que está alcanzando rápidamente unas cotas inflacionarias alarmantes, y que no auguran nada bueno (para el asalariado medio). De hecho, en Estados Unidos hace ya meses que las empresas vienen advirtiendo de que no estaban pudiendo cubrir buena parte de sus vacantes en ciertos sectores, lo cual era un claro síntoma de que algo en el mercado laboral no estaba funcionando como debiera. Pero ahora ya tenemos en aquel país que lo que están sufriendo es un rebrote de inflación salarial en toda regla, y las empresas están viéndose envueltas en escenarios económicos en los que se ven abocadas a ofrecer subidas salariales de hasta el 10% a sus empleados de la noche a la mañana, como ha hecho McDonalds. Sin entrar en el debate de si esos salarios que suben así es que no eran dignos antes de la subida, el hecho es que esta progresión salarial no es mínimamente normal ni sostenible en términos micro o macro-económicos. Porque no crean que estos subidones salariales son casos muy concretos tal vez con una fuerte componente sectorial, el hecho es que lo que empezó como un escape salarial de unas tuberías concretas, ya ha pasado a ser una peligrosa bolsa en una planta gasística en la que el gas mana a borbotones por todos los lados.

¡Que vienen el lobo! ¡Que viene el lobo! Y el lobo vino de verdad cuando las ovejas seguían paciendo desprevenidas…

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Pues a pesar de que, cada vez que escribimos sobre la inflación, algunos analistas llevamos varios trimestres soportando las infundadas acusaciones de que somos unos agoreros, va a ser que finalmente el lobo viene de verdad; por cierto, como siempre acaba ocurriendo en ese cuento para incautos. Y además ese lobo de la dentellada inflacionaria vuelve a venir por la misma campa por ya donde atacaba en los 80 para trinchar a las ovejas: con los incrementos salariales. El gran problema es que esos incrementos salariales de ahora ya tienen tintes ciertos de ser en parte estructurales y del mercado laboral, y no tan sólo producto de convenios empresariales sobre los que se pueda negociar. Esos incrementos son ahora son inevitables para muchas empresas, porque nadie les escuchó cuando denunciaban hace trimestres que no podían cubrir sus vacantes, y ahora se ven abocadas tan sólo a ofrecer un incremento salarial para tratar de cubrir mínimamente su necesidades de contratación laboral… La pregunta (casi auto-respondida) es si, lloviendo como está lloviendo sobre el mojado de unos cuántos años de crecimiento económico sin subidas salariales apreciables para los trabajadores, ¿Se traducirá finalmente esta fuerte inflación salarial en una inflación final de precios, o la gente usará estas subidas para» tapar agujeros»?

Porque lo cierto es que agujeros para tapar ahora mismo hay muchos y muy gordos en el tejido socioeconómico de los países desarrollados, así que puede que vuelva décadas después aquella clásica respuesta de la España en vías de desarrollo en la que, a todo el que le tocaba la lotería, decía que iba a usar el dinero para tapar agujeros. No duden de que en la mayoría de los casos era verdad, y ahora también podría serlo de nuevo. Sin entrar de nuevo en temas de la sostenibilidad corporativa de subidas salariales de dos dígitos, como la de aquel empresario estadounidense que subió el salario a todos sus empleados a 70.000$ y no quebró, el hecho ahora es que, si la tendencia a tapar agujeros es general y se vuelve «macro», la inflación podría no subir milagrosamente por difícil que a un servidor le pueda parecer ahora mismo… porque en esta socioeconomía ya tan pervertida y tan amante del sobre-endeudamiento, y del» fundir» el dinero a la mínima que se tiene, no duden de que es altamente probable que la inflación acabe subiendo. Y el tema es que con ella acabarán subiendo también los tipos de interés, lo cual acabaría por impactarnos a todos nos hayamos sobre-endeudado o no. Y con los tipos nos aumentarán los gastos enfriando la economía, con el resultado de que al final nos quedemos como estamos, pero esperemos que al menos con el consuelo de que la espiral inflacionaria haya sido cortada de raíz, porque si no entonces lo que tendríamos es mucho que perder

Eso pasa por gastar lo que no se tiene, y por estar pensando cortoplacistamente en utilizar el más mínimo incremento salarial para que por fin te concedan la financiación del último modelo de iPhone, mientras que algunos van más que justos para pagar facturas de servicios básicos a fin de mes. Es el sinsentido de la economía familiar al que nos ha llevado una espiral descontrolada de consumismo desnaturalizado, y en la que el consumo se ha convertido en una forma de llenar vacíos existenciales, en vez de ser la forma de satisfacer necesidades capitalistas (o no). Consumir para vivir, o vivir para consumir, “ésa es la cuestión” (al más puro estilo Macbeth). Y es que muchas veces es mejor no olvidar las teorías de acumulación de capital, por familiar y pequeño que sea. El tema sería ahorrar primero y, cuando ya se puede, ir sólo entonces incrementando el gasto y el consumo, haciéndolo de forma gradual, y mucho menos inflacionariamente que de sopetón y con implicaciones macro cuando muchos trabajadores se encuentran con subidas del 10% como las de McDonalds.

Algunos anti-sistema aprovecharán para quemar las banderas capitalistas bajo el lema de que «el sistema está pensado para que los pobres sigan siendo pobres». Sin poder negar que haya siempre alguna naturaleza humana que pueda llegar a concebir una estrategia así, hay que decir primeramente que en los países populistas también optan por asaltar el poder bajo el lema de repartir la riqueza, con la promesa cruel de hacer a los pobres ricos, pero luego los mantienen pobres al más puro estilo chavista para que sigan votando populismo. Y en segundo lugar, para lo que de verdad no está pensado el capitalismo en ningún caso, ni tampoco ningún otro sistema con tejido productivo físico (ay, «The Matrix» y esa economía virtualmente infinita donde puede producirse cuanto se demande de forma casi instantánea), es para que súbitamente empecemos a consumir todos a la vez.

Y por cierto, para acaba de cerrar círculos que muchas veces nos venden con cuadraturas intragables, recuerden también que «casualmente» ahora mismo lo que más les interesaría a esos estados tan sobre-endeudados tras el COVID-19 sería asistir a un proceso de inflación importante, que a la larga puede devastar la economía si degenera en hiperinflación o en sobrecalentamiento, pero que en el corto y en el medio plazo erosiona las deudas y las hace más sostenibles… Y dicho esto, adivinen qué va a acabar pasando con bastante probabilidad, y por qué puede que los bancos centrales se vayan a jugar el tipo con los tipos, y opten por caminar por la delgada línea roja que separa la sostenibilidad de las deudas públicas y la destrucción socioeconómica. Así, es altamente probable que vayan a arriesgar mucho sin subirlos, cuando en circunstancias deudoras normales lo habrían hecho sin dudarlo… La banca (del Estado) gana…

Pero, ante este desolador panorama, ¿Hay escapatoria posible a la inflación?

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Pues sí que hay escapatoria a un posible rebrote inflacionario. Y es un tema en el que podemos aprender de esos países que se han visto recientemente envueltos en un proceso hiper-inflacionario, como la devastada Venezuela. El caso de Venezuela es doblemente representativo en este sentido, puesto que allí, además de una hiper-inflación rampante y un hiper-intervencionismo estatal del que tratar de escapar, el país tuvo en su momento electricidad muy barata. Y como los más cripto-entusiastas habrán adivinado, de la conjunción hiper-inflación y electricidad barata, sólo podía ser Bitcoin la válvula de escape con la que los venezolanos se lanzaron a poner a salvo los pocos ahorros que aún conservaban. Y es que con la energía barata el beneficio era doble, pues así se podía minar con mayores beneficios, aunque ahora la devastadora gestión económica chavista también ha acabado por cargarse el sector eléctrico venezolano.

Allí, en su momento los ciudadanos se volcaron en las cripto-monedas para tratar de huir de la inflación rampante denominada en una moneda nacional en la que los mercados ya creían menos que en las políticas (anti)económicas chavistas. Si bien la fiebre del cripto-oro acabó abruptamente en Venezuela con un gobierno venezolano que la cortó por lo sano, la lección de Venezuela sólo puede ser que sí, que con la ayuda del mundo cripto se puede escapar de la inflación. Ahora bien, tema aparte de que Bitcoin&Co pueden ser ilegalizadas en cualquier lugar en cualquier momento como ya ha ocurrido localmente en EEUU, el hecho es que, con la alta volatilidad connatural al mundo de las cripto-monedas, igual para huir de la inflación nos acabamos metiendo en una todavía peor. Pero siendo esto rigurosamente cierto, no obstante, la cripto-economía no duda en seguirse publicitando a diestro y siniestro como la solución definitiva para escapar tanto al control monetario como a la “dilapidante” inflación.

Minar Bitcoin como problema energético: en algunos sitios de EEUU prohiben hacerlo usando energía barata

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Así, entre sus lemas más persuasivos enarbolan el hecho de que, por ejemplo, el coste de una pizza se ha duplicado en 10 años, por mucho que la inflación no acabe de revelar ese peaje para el americano medio: es que el coste de la pizza en EEUU es todo un indicador sólo comparable al famoso índice Big Mac de The Economist), y la propuesta del mundo cripto para huir de ese peaje son obviamente sus cripto-monedas. Para evitar esa alta volatilidad que supone asumir un gran riesgo por otro lado, se podría pensar en las stablecoins como solución de compromiso en una primera aproximación. Pero el hecho es que estos cripto-activos tampoco son de gran ayuda contra la inflación puesto que, aunque son estables y ya no suponen un riesgo extremo por una altísima volatilidad, heredan exactamente el mismo problema inflacionario de las monedas fiat. Y es que las denominadas stablecoins implementan en realidad con contratos inteligentes una paridad con respecto a las monedas fiat: paridad para lo bueno y… también para lo malo, claro está. Así, si la moneda fiat sufre un proceso de hiper-inflación que la devalúe respecto a otras monedas o respecto al propio oro, la stablecoin mediante su contrato inteligente le irá detrás en esa pérdida de valor.

Pero hay otras cripto tal vez más indicadas dado el caso, como pueden ser las que se vinculan también mediante contratos inteligentes a activos anti-inflacionarios, como por ejemplo es el activo anti-inflacionario por antonomasia: el codiciado oro. Teóricamente, ésa sí que sería una muy buena opción, ahora bien, ahí el riesgo viene por otro lado, y es que las crypto de este tipo y sobre este activo no tienen un gran renombre y/o fiabilidad garantizada en el cripto-mercado. Y es que, para confiar en ellas nuestros ahorros de toda una vida habría antes que examinar minuciosamente su contrato inteligente para evitar sorpresas (y aun así). Por supuesto, además habrá que asumir el riesgo de que nos puedan robar nuestro cripto-dinero, cosa que con un ataque del 50% (como forma de atraco a la banca) puede ocurrir incluso a pesar de la mayor seguridad que da guardarlas en un “cold storage”. Porque incluso el extremo de un atraco físico para conseguir tus Bitcoins se está poniendo a la orden del día.

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Y es que, ya pueden ustedes empeñarse en poner a salvo su dinero, y pueden ir huyendo de un activo en otro en busca de refugio. Pero el hecho es que al final, donde hay dinero, salen los “recaudadores” como setas de bosque en otoño, bien sean estos “esquilmadores” delincuentes o el propio estado. Así que riesgos siempre los va a haber en todo y para todos los gustos, incluso en las inversiones más a salvo de la inflación y del hiper-intervencionismo de algunos estados. Con ello, en algún momento habrá que lanzarse y dar un salto al vacío, pero tratando al menos de haber elegido algún buen tipo de paracaidas. Y es que esto se trata más bien de apostar por un riesgo asumible, pero que a la larga nos haga ganadores en preservar el poder adquisitivo de nuestro dinero… ¡Abran juego! Al final, tan sólo tener dinero y querer conservarlo en valor ya es un tipo de inversión con sus propios riesgos huya usted donde huya… En el capitalismo tampoco se puede escapar del riesgo de las inversiones, así que la única opción es informarse y gestionarlo lo mejor posible… Y el resto ya es cuestión de cruzar los dedos y abandonarse en brazos de la diosa fortuna: en algún momento hay que pronunciar aquello de “Y ahora: Alea jacta est”.

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