2020 parece que será un año complicado a muchos niveles. Si a las continuas catástrofes naturales vividas a principio de año se ha sumado la crisis del coronavirus, la Organización Meteorológica Mundial – OMM ya ha avisado que los próximos tres meses vamos a sufrir en todo el planeta unas condiciones climáticas anómalas.
Los problemas se verán especialmente en dos frentes distintos, por un lado se esperan unas temperaturas especialmente altas en todas las zonas tropicales que conllevarán posibles sequías en América del Sur, y también se anuncian grandes precipitaciones en Australia, Indonesia y mayor parte del Océano Índico.
Estos datos que han extraído en Nmas1 del boletín de la OMM explican lo que ocurrirá desde este mes hasta julio y han provocado importantes preocupaciones.
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En casi todo el planeta la temperatura estará por encima de los valores normales, lo que provocará grandes sequías en distintas zonas a la vez que precipitaciones más violentas en otras. Además, también se multiplicarán las posibilidades de que se vivan ciclones tropicales.
A pesar de la pandemia sufrida y cómo se ha frenado la industria en gran parte del planeta, los registros de CO2 siguen aumentando en la atmósfera y durante este mes se han alcanzado las cifras más altas jamás registradas. La contaminación no ha dejado de crecer y va a provocar gran parte de los cambios climáticos que se vivan en los próximos meses.
Puede que 2020 sea recordado por muchos factores y que estos fenómenos, en caso de acercarse a las peores previsiones, dañen en gran medida a unas poblaciones ya de por sí afectadas por la pandemia del coronavirus. Veremos en qué queda, pero la OMM ya ha adelantado que pueden vivirse importantes problemas.
*Artículo original publicado por Ekaitz Ortega en Computerhoy.com
En 2006 un estudio publicado en la revista Science llegó a la conclusión de que, debido al cambio climático, las condiciones secas duran más y, a su vez, causan temporadas de incendios más prolongadas. Los investigadores analizaron 34 años de incendios forestales en el oeste de Estados Unidos, cuyo clima mediterráneo-templado es muy similar al del suroeste y sureste de Australia, donde los incendios son más intensos.
Los incendios y el cambio climático son inseparables.
El cambio climático inducido por las emisiones de gases de efecto invernadero está aumentando la extensión de la temporada anual de incendios, que era tradicionalmente el verano.
Los incendios forestales en zonas templadas y boreales también arden más rápido y a mayores temperaturas porque hay más combustible para quemar. Esto es debido al derretimiento temprano de la nieve y a la desecación de la madera provocados por el calentamiento global.
El bosque arde en Australia, un país en el que no abundan los bosques y uno de los países más vulnerables a los cambios climáticos. La superficie forestal de esa isla-continente ocupa un 17 % del total, menos de la mitad de la española (36 %).
Las condiciones cálidas y secas que han alimentado los incendios no son nada nuevo en Australia, pero, como puede verse en la gráfica, esta temporada de incendios ha sido con diferencia la más calamitosa. En otro artículo publicado en The Conversation ya se han apuntado algunas de las razones de un desastre que ya predecían los científicos australianos cuando calculaban los efectos de un cambio climático, ya convertido en emergencia.
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Aunque reconozcamos esos factores, pretender que no pasa nada porque los fuegos son un fenómeno normal solo prueba que los intereses económicos de los poderosos se imponen a los razonamientos ecológicos. Mientras Australia arde, su actual Gobierno reafirma el compromiso con el carbón y amenaza con convertir en delito los boicots a empresas destructoras del medio ambiente.
Australia tiene una de las emisiones de dióxido de carbono per cápita más altas del mundo. El país fue responsable del 1,1 % de todas las emisiones mundiales de CO₂ entre 1850 y 2002. Hoy, los australianos representan el 0,3 % de la población mundial pero liberan el 1,07 % de los gases de efecto invernadero del mundo.
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Las emisiones anuales per cápita de los australianos (16 toneladas) casi triplican a las españolas (6), están muy por encima de la OCDE y de la media de los países desarrollados y continúan aumentando debido a la falta de compromiso gubernamental. Australia utiliza carbón (70 %) para generar electricidad. El resto viene de la quema de otro combustible fósil, el gas natural.
Carece de energía nuclear, emplea muy bajos niveles de energía hidroeléctrica y utiliza muy poca energía solar, eólica y de mareas.
Un suicidio anunciado
Los incendios de Australia son un suicidio anunciado que ocurre cuando un Gobierno negacionista y una política irresponsable se topan con los efectos del cambio climático. Años de gobiernos liberal-conservadores financiados por la industria del carbón y carentes de políticas medioambientales han llevado al país a convertirse en uno de los peor situados en lo que a prevención de la emergencia climática se refiere.
A finales de los 80 y principios de los 90 hubo un claro consenso entre los dos principales partidos políticos australianos sobre la necesidad de actuar contra el cambio climático. Sin embargo, después de la recesión de los 90, los gobiernos conservadores comenzaron a cuestionar esta amenaza. En 1997, Australia y Estados Unidos fueron los únicos países que no ratificaron el Protocolo de Kioto.
Australia asistió a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015 y adoptó el Acuerdo de París. En las elecciones de 2018, la victoria de los conservadores supuso la llegada al Gobierno de un negacionista climático, Scott Morrison. Así, el país oceánico se unió a Rusia, Turquía y Brasil como seguidores de la promesa del presidente Trump de retirarse del Acuerdo de París.
La población australiana está mayoritariamente a favor de las políticas medioambientales, pero la acción del fortísimo lobby minero en el país líder en exportaciones de carbón, unida al poder mediático del negacionista Rupert Murdoch – cuyos medios lideraron la campaña que elevó al liberal Morrison a primer ministro – ha conducido a una falta de prevención cuyas consecuencias vemos ahora.
El presidente Morrison, capaz de seguir de vacaciones en Hawái mientras su país ardía por los cuatro costados, puede pretender que es “lo de siempre”, pero las evidencias lo desmienten y reclaman acciones internacionales decididas. Si Australia sigue así el enorme problema no lo tienen solo nuestros antípodas, sino el mundo entero.
El último ejemplo de una larga lista
El verano de incendios australiano solo es el último en la cadena de sucesos meteorológicos catastróficos ocurridos el año pasado.
Los miles de incendios en Angola, en el Congo y en Brasil, los refugiados climáticos de Luisiana, las inundaciones en Florida y en el Medio Oeste estadounidense. Una ola de calor en India que elevó las temperaturas hasta los 50 ⁰C y otra que provocó temperaturas insólitas en buena parte de Europa, donde hemos disfrutado de una Navidades primaverales que han obligado a poner nieve artificial en las calles de Moscú.
Ante desastres como el de Australia, Donald Trump y quienes lo imitan hacen todo lo que pueden para que se repitan. El apocalipsis se convierte en la nueva normalidad. La desoladora paradoja de lo que está ocurriendo es que el negacionismo climático se vuelve más extremo ahora que las perspectivas de una acción decisiva deberían ser mejores que nunca.
Los peligros del cambio climático no son ya profecías distópicas sobre el futuro. Podemos ver el daño ahora, en tiempo real, aunque no sea más que una pequeña muestra de lo que nos espera. Las reducciones drásticas de las emisiones de gases invernadero parecen ahora extraordinariamente fáciles de lograr, al menos desde el punto de vista económico, porque se han conseguido tantos progresos tecnológicos en renovables que ni Morrison ni Trump lograrán apuntalar la industria del carbón y de los combustibles fósiles frente a la competencia de las energías alternativas.
Si seguimos ignorando la emergencia climática, Australia solo anticipa nuestro futuro. Aunque tengamos delante las imágenes de una catástrofe colosal, muchos pretenderán mirar hacia otro lado y seguir ignorándola. Así de sencillo. Y así de lamentable.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
En la actualidad, la comunidad científica escruta diversas líneas de acción para reducir la producción de plástico, reciclarlo mediante su reconversión en biocombustible o poder capturar de los océanos todas las nanopartículas y fragmentos de este material que daña gravemente a los ecosistemas marinos. Desde los envases de bioplástico al uso de nanobobinas magnéticas para convertir estos desechos en CO2 y agua o diversas medidas reguladoras que limitan su uso, el mundo actual pisa el acelerador para enfrentar esta contaminante plaga.
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Esta nueva investigación para captar microplásticos del océano ha sido liderada por el profesor Hiroshi Moriwaki, de la Facultad de Ciencia y Tecnología Textil de la Universidad de Shinshu, que se propuso ahondar en la existencia de una manera de sacar los microplásticos del agua aplicando principios de ingeniería. El profesor asociado Yoshitake Akiyama se juntó con él para idear una forma.
Centrándose en la gran cantidad de microplásticos en el océano causados por las lavadoras, el investigador creó un dispositivo que recolecta fibras de microplásticos y microplásticos mediante vibraciones piezoeléctricas.
Según los científicos, los investigadores optaron por centrarse en los microplásticos de la lavadora porque estas máquinas descargan a las aguas fluviales alrededor de diez mil fibras por cada ciclo de lavado de 100 litros, desde fibras químicas procedentes de la ropa a pequeños pedazos de fibras microplásticas. Según los investigadores, es imposible capturar y filtrar los microplásticos.
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Según la longitud, el diámetro y la compresibilidad del microplástico, los científicos utilizaron la acústica como una fuerza para empujar los escombros hacia el centro del dispositivo de tres canales. Dos canales laterales expulsan agua limpia mientras que las fibras microplásticas se empujan hacia el medio. Los investigadores se sirvieron del elemento piezoeléctrico para crear una onda acústica.
“Los diferentes tipos de microplásticos tienen diferentes tipos de densidades, módulos volumétricos y compresibilidad, lo que genera un factor de contraste acústico (FCA) diferente”, explicaron los investigadores en el comunicado oficial. “Al elegir el ancho del microcanal para que sea la mitad de la longitud de onda en el agua, se alienta a las partículas a reunirse en el medio del tubo. Las partículas tardaron aproximadamente 0,7 segundos en enfocarse de esta manera”.
Por el momento todavía habría que esperar a poder replicar el método al mundo real. Para ello, los investigadores añadieron que deberían agregarse múltiples canales en serie y en paralelo con diferentes diámetros para capturar todos los diferentes microplásticos encontrados en el agua.
Incluso la NASA ha recomendado en varias ocasiones las mejores plantas para limpiar el ambiente y mejorar la calidad del aire en espacios interiores. Sin embargo, para que esto resultase efectivo tu piso tendría que parecerse más a un bosque: una revisión crítica basada en tres décadas de investigación ha hallado que las plantas tienen escaso valor como renovadoras del aire.
La investigación, que ha visto la luz en la revista Nature, ha usado datos procedentes de una docena de estudios diferentes a lo largo de 30 años para concluir que en una casa, piso u oficina normal de 140 metros cuadrados se necesitarían, nada más y nada menos, que 680 plantas de interior o cinco por metro cuadrado para lograr el mismo flujo de aire que un par de ventanas abiertas. Para mejorar la calidad del aire más allá de la ventilación, se precisarían cien plantas por metro cuadrado, algo prácticamente imposible.
“Las plantas son geniales, pero en realidad no limpian el aire interior lo suficientemente rápido como para afectar la calidad del aire del entorno de tu hogar u oficina”, aporta el ingeniero ambiental Michael Waring de la Universidad de Drexel. La idea de este mito echó raíces en 1989, cuando la NASA realizó este estudio sobre las plantas para ver si podían filtrar los químicos que causan cáncer en las estaciones espaciales. Y de aquellos polvos, estos lodos.
Por aquel entonces, la investigación colocó una planta en una cámara hermética más pequeña que un metro cúbico, aunque los resultados fueron notables. En un día, los autores informaron que las plantas habían eliminado hasta el 70% de los contaminantes tóxicos en el aire. ¿Qué sucede entonces? Que una pequeña cámara sellada es muy diferente a un entorno interior real en un gran edificio, por lo que sus conclusiones se han sacado de contexto.
En un edificio normal, el aire interior viciado se reemplaza continuamente con aire fresco del exterior, un fenómeno muchísimo más rápido que mediante las plantas. Los autores demostraron esto al tomar 196 resultados experimentales y traducirlos a tasas de suministro de aire limpio (CADR). Valiéndose de dicha métrica, calcularon que para casi todos los estudios, la velocidad a la que las plantas limpiaban los compuestos orgánicos volátiles (COV) del aire era tan lenta que era irrelevante.
“El CADR es la métrica estándar utilizada para el estudio científico de los impactos de los purificadores de aire en ambientes interiores, pero muchos de los investigadores que realizaron estos estudios no los miraban desde una perspectiva de ingeniería ambiental y no entendían cómo construir los tipos de cambio de aire interactúan con las plantas para afectar la calidad del aire interior”, apunta Waring.
Los autores destacan que se encontraron solamente dos publicaciones que no solo reconocen estos problemas, sino que refutan explícitamente la noción de que las plantas de interior comunes mejoran la calidad del aire interior. “No es posible obtener resultados cuantitativos significativos de la eliminación de contaminantes en un estudio de campo sin medir también las tasas de ventilación. La variabilidad de la tasa de ventilación en la mayoría de los edificios es simplemente un factor de confusión demasiado grande”, apuntaba un estudio de 2008.
Una década después, Cummings y Waring respaldan esta noción. En un edificio con un flujo de aire extremadamente bajo y bajo los supuestos más generosos de CADR, una planta en maceta por metro cuadrado podría alcanzar un 20%. Si el tipo de aire cambia, el porcentaje desciende radicalmente. Las plantas podrían usarse, no obstante, para el desarrollo de ‘biopurificadores’, que extraen mecánicamente el aire a través de un sustrato poroso para las plantas.
Para garantizar el éxito de dicha ley es esencial el apoyo de los ciudadanos. Sin embargo, el conocimiento relativo al apoyo ciudadano a una ley marco de cambio climático es limitado.
Con el objetivo de contribuir al análisis previo a la adopción de dicha ley, el Real Instituto Elcano ha realizado una encuesta para entender el nivel de preocupación de los españoles con respecto al cambio climático, así como su nivel de apoyo hacia diversos elementos, instrumentos y procesos que podrían incluirse en una futura Ley de Cambio Climático y Transición Energética española.
Esta encuesta se apoya en el trabajo conjunto de Elcano y el Grantham Research Institute de la London School of Economics sobre cómo legislar para una transición baja en carbono.
Los resultados más importantes de la encuesta se resumen a continuación.
Tabla 1. Emisiones totales de gases de efecto invernadero por país (incluidas aviación internacional, CO2 indirecto y excluyendo LULUCF 1) (1990-2017) en millones de toneladas de equivalentes de CO2. Eurostat
La mayor amenaza
Los ciudadanos españoles perciben el cambio climático como la mayor amenaza para el mundo (véase el gráfico 1).
En lo que se refiere a la visión proecológica de los ciudadanos españoles -medida a través de la versión revisada de la escala de Dunlap, llamada escala del Nuevo Paradigma Ecológico, NEP en sus siglas en inglés- en una escala que va desde el 1 (bajo nivel de ecologismo) al 5 (alto nivel de ecologismo), la media española es del 3,69, parecida a la de otros países occidentales y desarrollados.
En cuanto a las variables socioeconómicas e ideológicas que afectan a las respuestas de los encuestados, su puntuación en la escala NEP aumenta cuanto mayor es el nivel educativo y disminuye cuanto más a la derecha se encuentra el encuestado en el espectro político.
Gráfico 1. El cambio climático es la mayor amenaza a la que se enfrenta el mundo (% mayor amenaza, % segunda amenaza y suma %) Base = 1000. Fuente: Lázaro Touza, González Enríquez, Escribano Francés (2019: 14)
Pocos negacionistas
Con respecto al nivel de conocimiento del cambio climático, existen muy pocos ciudadanos en España que nieguen su existencia. Sólo el 3% de los encuestados afirmaron que el cambio climático no existe.
Asimismo, los entrevistados generalmente se mostraron de acuerdo sobre el origen antropogénico del cambio climático. Además, sólo el 15% cree que el impacto del cambio climático todavía no se nota.
Por lo general, la inmensa mayoría de los encuestados entiende las ideas básicas de la ciencia del cambio climático establecidas en el Quinto Informe de Evaluación del IPCC.
Medidas insuficientes
Existe también un consenso bastante generalizado sobre la falta de medidas adecuadas para luchar contra el cambio climático tanto a nivel internacional como a nivel nacional, con más del 80% de los encuestados afirmando que las medidas existentes son insuficientes (véanse los Gráficos 2 y 3).
Gráfico 2. Grado de acuerdo con la frase Fuente: Lázaro Touza, González Enríquez, Escribano Francés (2019: 14)
Reparto de responsabilidades
Los encuestados ven a las compañías, al gobierno y a otros países como los grandes responsables del cambio climático, pero son menos los que reconocen su propia responsabilidad. Es interesante observar que las mujeres reconocen su responsabilidad como causantes del cambio climático en mayor medida que los hombres (véase el Gráfico 4).
Gráfico 4. Porcentaje de ‘muy responsable’ como causantes del cambio climático, según sexo (%; Base = 990). Lázaro Touza, González Enríquez, Escribano Francés (2019: 14)
Una de las novedades de esta encuesta es que incluye las actitudes de los ciudadanos relativas a las compensaciones por los daños causados por el cambio climático, testando así las preferencias hacia una acción pública que vaya más allá de la adaptación.
Más del 90% de los españoles coinciden en que el estado tendría que invertir parte de su presupuesto en compensar los efectos del cambio climático. Como es de esperar, los encuestados de bajos ingresos (ingresos de menos de 600 euros al mes), aquellos que se encuentran más a la derecha en el espectro político, y aquellos con un bajo nivel de ecologismo (una puntuación baja en la escala NEP) tienen más tendencia a objetar a que el estado compense los daños creados por el cambio climático.
¿Pagar por contaminar?
A los encuestados también se les preguntó si estarían dispuestos a pagar para prevenir el cambio climático. Se les informó sobre el peso que tienen las emisiones del sector de transporte en el total de las emisiones globales de España. Acto seguido, se les preguntó si eran dueños de un vehículo y, en caso afirmativo, si estarían dispuestos a pagar más impuestos, a través del impuesto de circulación, para mitigar el cambio climático. Más del 40% de los entrevistados que eran dueños de un vehículo, incluso aquellos con mayor visión proecológica (con una puntuación alta en la escala NEP), no estaban dispuestos a pagar más para limitar el cambio climático, demostrando así un grado de implicación limitado.
Por lo general, los dueños de vehículos que se mostraron dispuestos a pagar más accedieron a un incremento de 46 euros anuales sobre el impuesto de circulación existente (media calculada utilizando el punto medio del intervalo de pago seleccionado por los encuestados). Una vez más, como cabe esperar, existe una relación positiva entre el nivel de ingresos y el nivel educativo de los entrevistados y la cantidad que estarían dispuestos a pagar.
Legislación imprescindible
La inmensa mayoría de los encuestados (93%) cree que España debería tener una ley de cambio climático.
Existe un apoyo generalizado hacia los elementos clave de una ley climática robusta, identificados por el Elcano en su anterior análisis sobre legislación climática.
La inmensa mayoría de los encuestados apoyan la existencia de un comité científico independiente que proponga metas climáticas, así como la adopción por parte del gobierno de estas metas.
Asimismo, existe un alto nivel de apoyo a un objetivo de emisiones netas cero. La mayoría de los ciudadanos también afirmaron que les gustaría participar en consultas públicas sobre qué medidas deberían adoptarse para luchar contra el cambio climático, aunque el porcentaje era menor entre aquellos que contaban con un mayor nivel educativo.
Compromiso de la banca
Un mayor número de mujeres que de hombres se oponen a reducir fondos destinados a otros propósitos para luchar contra el cambio climático. Asimismo, las personas de bajos ingresos, los pensionistas y los desempleados estarían menos a favor de destinar parte de los presupuestos del Estado a la acción climática que los estudiantes o los trabajadores.
Por otro lado, la mayoría de los encuestados opinan que los bancos deberían invertir primordialmente en proyectos que no incrementen las emisiones. Solo el 17% opina que los vehículos de motor de combustión interna (VMCI) deberían seguir utilizándose como han sido utilizados hasta ahora. En lo que concierne a la energía nuclear, solo un cuarto de la muestra está a favor de prolongar la vida útil de las centrales nucleares (véase el Gráfico 5).
Gráfico 5. Grado de acuerdo con las siguientes frases %; Base = 934 (de acuerdo con la existencia de una ley). Lázaro Touza, González Enríquez, Escribano Francés (2019: 14)
Los resultados de la encuesta sugieren que hay variables sociodemográficas e ideológicas que juegan un papel relevante a la hora de determinar las posturas de los ciudadanos españoles hacia el cambio climático y el medio ambiente.
Contenido de la ley pendiente
Los encuestados más dispuestos a luchar contra el clima son aquellos que son jóvenes, educados y de izquierdas, así como aquellos que viven en grandes ciudades.
Sin embargo, por lo general, las posturas más proecológicas y la preocupación por el clima están presentes en todos los grupos sociodemográficos e ideológicos, demostrando un fuerte apoyo a una Ley de Cambio Climático y de Transición Energética, así como a los elementos clave de las leyes climáticas que existen en otros países:
un comité científico independiente que marque objetivos de reducción de emisiones,
la adopción de estos objetivos por parte de los políticos,
la inclusión de un objetivo de emisiones netas cero,
la internalización de los costes del cambio climático,
la compensación de los daños a los cuales no podamos adaptarnos y
el cambio de nuestro modelo de movilidad.
Futuros estudios podrían replicar esta encuesta y expandir este análisis para incluir el apoyo ciudadano a la nueva ley europea sobre el clima anunciada por Ursula von der Leyen.
Ángela La Colla, licenciada en Ciencias Políticas, titulada en Derechos, Trabajo e Igualdad de Oportunidades, estudiante de Relaciones Internacionales en la Università degli Studi di Milano, y ayudante de investigación en prácticas del Real Instituto Real Elcano, ha contribuido a la elaboración de este artículo.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el blog del Real Instituto Elcano, colaborador de contenido de The Conversation España.