Alabadas por su potencial nutricional, resulta que además, las espinacas tienen papeletas para ayudarnos a mejorar las celdas de combustible, según revela un nuevo estudio realizado por investigadores del Departamento de Química de la Universidad Americana en Washington. El equipo capitaneado por Shouzhong Zou demostró el potencial del vegetal al convertirlo en nanohojas de carbono que actúan como catalizador para una reducción de oxígeno en las pilas de combustible y las baterías de metal-aire.
En experimentos de prueba de concepto, utilizaron espinacas compradas localmente para fabricar su catalizador de carbono para pilas de combustible y baterías de metal-aire que, de otro modo, normalmente utilizarían catalizadores a base de platino. Los sorprendentes y positivos resultados demostraron que es posible fabricar catalizadores sostenibles para una reacción de reducción de oxígeno a partir de recursos naturales.
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“El método que probamos puede producir catalizadores altamente activos a base de carbono a partir de espinacas, que es una biomasa renovable y supera a los catalizadores comerciales de platino tanto en actividad como en estabilidad”, apunta Shouzhong Zou.
Las ventajas son múltiples: el catalizador elaborado a base de esta verdura es más barato, menos tóxico y sobrevive a bajas temperaturas. También es fácil de cultivar y es rica en hierro y nitrógeno, componentes esenciales para este tipo de catalizadores.
Para crear sus nanohojas de espinacas, los investigadores pusieron las espinacas lavadas, exprimidas y liofilizadas antes de molerlas manualmente hasta obtener un polvo fino. A continuación añadieron un poco de nitrógeno adicional a la espinaca en polvo para mejorar el rendimiento.
De manera impresionante, el equipo dijo que sus mediciones de simulación de laboratorio mostraron que sus catalizadores de espinaca se desempeñaron mejor que los catalizadores equivalentes a base de platino. El próximo paso comprende la prueba de dispositivos prototipo, como las pilas de combustible de hidrógeno.
En muchas ocasiones se pueden escuchar diferentes teorías sobre las mejores formas de usar los aparatos electrónicos o algunos trucos para minimizar el consumo de electricidad. Pero no todas son ciertas, y dejarnos guiar por las mismas puede terminar repercutiendo en nuestra factura de la luz. He aquí algunos mitos:
1. La electricidad viaja a la velocidad de la luz
Aunque muchos lo creen por asociar la electricidad a los relámpagos, lo cierto es que las ondas electromagnéticas viajan a velocidades equivalentes al 30%-90% de la velocidad de la luz, unos centímetros por segundo menos que ésta.
2. La electricidad estática es diferente de la normal
Lo único que diferencia esos calambres que notamos al bajarnos del coche o por el roce de ciertas prendas de ropa de la energía que fluye por nuestros enchufes es que éstos cuentan con un campo de energía que espera a ser transferido al ser conectado, mientras que la electricidad estática sucede de forma instantánea cuando dos conductores con diferentes cargas se acercan.
3. Lavar los platos a mano consume menos agua y energía que si se usa el lavavajillas
Evidentemente depende de la cantidad de vajilla a limpiar (no es lo mismo lavar las tazas del desayuno que los platos utilizados durante todo el día) pero, por lo general, ahorraremos agua y electricidad si usamos el lavavajillas.
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4. Dejar encendido un rato el fluorescente es más barato que apagar y volver a encender
Influirá el tiempo que vayamos a tardar en volver a usarlo: si el intervalo es inferior a 20 minutos, normalmente será dejarlo encendido (sobre todo en el caso de los tubos fluorescentes, cuyas vidas se ven recortadas en cada encendido).
5. Los generadores crean electricidad
Popularmente se tiende a creen que los generadores crean electricidad por sí mismos… pero no la crean, sólo la transforman: la energía mecánica se transforma en energía eléctrica, provocando que los electrones de los cables y los circuitos fluyan.
6. Cambiar de proveedor de energía es complejo y costoso
Los cambios de comercializadora son completamente gratuitos y no suponen ninguna dificultad al usuario, ya que es la propia empresa eléctrica la que se encarga de todos los trámites.
En 2006 un estudio publicado en la revista Science llegó a la conclusión de que, debido al cambio climático, las condiciones secas duran más y, a su vez, causan temporadas de incendios más prolongadas. Los investigadores analizaron 34 años de incendios forestales en el oeste de Estados Unidos, cuyo clima mediterráneo-templado es muy similar al del suroeste y sureste de Australia, donde los incendios son más intensos.
Los incendios y el cambio climático son inseparables.
El cambio climático inducido por las emisiones de gases de efecto invernadero está aumentando la extensión de la temporada anual de incendios, que era tradicionalmente el verano.
Los incendios forestales en zonas templadas y boreales también arden más rápido y a mayores temperaturas porque hay más combustible para quemar. Esto es debido al derretimiento temprano de la nieve y a la desecación de la madera provocados por el calentamiento global.
El bosque arde en Australia, un país en el que no abundan los bosques y uno de los países más vulnerables a los cambios climáticos. La superficie forestal de esa isla-continente ocupa un 17 % del total, menos de la mitad de la española (36 %).
Las condiciones cálidas y secas que han alimentado los incendios no son nada nuevo en Australia, pero, como puede verse en la gráfica, esta temporada de incendios ha sido con diferencia la más calamitosa. En otro artículo publicado en The Conversation ya se han apuntado algunas de las razones de un desastre que ya predecían los científicos australianos cuando calculaban los efectos de un cambio climático, ya convertido en emergencia.
Los autralianos emiten el triple de CO₂ que los españoles
Aunque reconozcamos esos factores, pretender que no pasa nada porque los fuegos son un fenómeno normal solo prueba que los intereses económicos de los poderosos se imponen a los razonamientos ecológicos. Mientras Australia arde, su actual Gobierno reafirma el compromiso con el carbón y amenaza con convertir en delito los boicots a empresas destructoras del medio ambiente.
Australia tiene una de las emisiones de dióxido de carbono per cápita más altas del mundo. El país fue responsable del 1,1 % de todas las emisiones mundiales de CO₂ entre 1850 y 2002. Hoy, los australianos representan el 0,3 % de la población mundial pero liberan el 1,07 % de los gases de efecto invernadero del mundo.
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Las emisiones anuales per cápita de los australianos (16 toneladas) casi triplican a las españolas (6), están muy por encima de la OCDE y de la media de los países desarrollados y continúan aumentando debido a la falta de compromiso gubernamental. Australia utiliza carbón (70 %) para generar electricidad. El resto viene de la quema de otro combustible fósil, el gas natural.
Carece de energía nuclear, emplea muy bajos niveles de energía hidroeléctrica y utiliza muy poca energía solar, eólica y de mareas.
Un suicidio anunciado
Los incendios de Australia son un suicidio anunciado que ocurre cuando un Gobierno negacionista y una política irresponsable se topan con los efectos del cambio climático. Años de gobiernos liberal-conservadores financiados por la industria del carbón y carentes de políticas medioambientales han llevado al país a convertirse en uno de los peor situados en lo que a prevención de la emergencia climática se refiere.
A finales de los 80 y principios de los 90 hubo un claro consenso entre los dos principales partidos políticos australianos sobre la necesidad de actuar contra el cambio climático. Sin embargo, después de la recesión de los 90, los gobiernos conservadores comenzaron a cuestionar esta amenaza. En 1997, Australia y Estados Unidos fueron los únicos países que no ratificaron el Protocolo de Kioto.
Australia asistió a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015 y adoptó el Acuerdo de París. En las elecciones de 2018, la victoria de los conservadores supuso la llegada al Gobierno de un negacionista climático, Scott Morrison. Así, el país oceánico se unió a Rusia, Turquía y Brasil como seguidores de la promesa del presidente Trump de retirarse del Acuerdo de París.
La población australiana está mayoritariamente a favor de las políticas medioambientales, pero la acción del fortísimo lobby minero en el país líder en exportaciones de carbón, unida al poder mediático del negacionista Rupert Murdoch – cuyos medios lideraron la campaña que elevó al liberal Morrison a primer ministro – ha conducido a una falta de prevención cuyas consecuencias vemos ahora.
El presidente Morrison, capaz de seguir de vacaciones en Hawái mientras su país ardía por los cuatro costados, puede pretender que es “lo de siempre”, pero las evidencias lo desmienten y reclaman acciones internacionales decididas. Si Australia sigue así el enorme problema no lo tienen solo nuestros antípodas, sino el mundo entero.
El último ejemplo de una larga lista
El verano de incendios australiano solo es el último en la cadena de sucesos meteorológicos catastróficos ocurridos el año pasado.
Los miles de incendios en Angola, en el Congo y en Brasil, los refugiados climáticos de Luisiana, las inundaciones en Florida y en el Medio Oeste estadounidense. Una ola de calor en India que elevó las temperaturas hasta los 50 ⁰C y otra que provocó temperaturas insólitas en buena parte de Europa, donde hemos disfrutado de una Navidades primaverales que han obligado a poner nieve artificial en las calles de Moscú.
Ante desastres como el de Australia, Donald Trump y quienes lo imitan hacen todo lo que pueden para que se repitan. El apocalipsis se convierte en la nueva normalidad. La desoladora paradoja de lo que está ocurriendo es que el negacionismo climático se vuelve más extremo ahora que las perspectivas de una acción decisiva deberían ser mejores que nunca.
Los peligros del cambio climático no son ya profecías distópicas sobre el futuro. Podemos ver el daño ahora, en tiempo real, aunque no sea más que una pequeña muestra de lo que nos espera. Las reducciones drásticas de las emisiones de gases invernadero parecen ahora extraordinariamente fáciles de lograr, al menos desde el punto de vista económico, porque se han conseguido tantos progresos tecnológicos en renovables que ni Morrison ni Trump lograrán apuntalar la industria del carbón y de los combustibles fósiles frente a la competencia de las energías alternativas.
Si seguimos ignorando la emergencia climática, Australia solo anticipa nuestro futuro. Aunque tengamos delante las imágenes de una catástrofe colosal, muchos pretenderán mirar hacia otro lado y seguir ignorándola. Así de sencillo. Y así de lamentable.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Existen diversos trucos y consejos para reducir la factura de la calefacción en invierno y contar con más margen de ahorro: desde optimizar el uso de la caldera a purgar los radiadores, contar con un buen aislamiento -cabe recordar que el 25% del calor se pierde a través de los cristales- o revisar las tarifas conjuntas, además de aprovechar la programación automática que brinda el termostato.
Sin embargo, también resulta fundamental derribar las principales leyendas urbanas que surgen cada invierno en torno a cómo ahorrar con la calefacción en los meses de frío. No son moco de pavo si tenemos en cuenta que según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (Idae), la calefacción supone en las zonas frías de España el 70% del total de la energía consumida por un hogar.
Así, los mitos recurrentes en torno a la calefacción dificultan la posibilidad de tomar decisiones adecuadas como consumidor y contar con herramientas adecuadas, como los comparadores de calderas y calefactores que la OCU pone a disposición online de la ciudadanía. A continuación, revisa las cinco mentiras más extendidas sobre la calefacción.
5 bulos sobre la calefacción y el ahorro que no deberías creer
Es más caro apagar la calefacción que mantenerla encendida a temperatura constante: Pese a que existe un pico de gasto al encenderla, a largo plazo el ahorro es notable, según informa la OCU. Lo idóneo es apagarla durante la noche -para que la temperatura del hogar esté aproximadamente a 16º- y encenderla en algunas franjas durante el día. Con respecto a tenerla encendida a 20º se ahorra un 13%:
No se pierde demasiado calor a través de las ventanas: No basta con cerrar las ventanas ni tampoco importa demasiado su tamaño. El aislamiento es fundamental para mejorar la eficiencia energética y reducir el gasto en calefacción, además de contribuir al medio ambiente con un consumo más sostenible. Desde la OCU recuerdan que una cuarta parte de la energía producida en los hogares se destina a cubrir el calor que se escapa por las rendijas. de por las rendijas de las ventanas. Contar con doble cristal reduce las pérdidas en un 50%.
No es posible tener calefacción con paneles solares: Esto es totalmente mentira, ya que existe la calefacción solar gracias a los paneles térmicos, que permiten ahorrar hasta un 70% en agua caliente y un 40% en calefacción. La calefacción solar constituye un sistema sostenible y ecológico: la energía térmica puede aplicarse a suelo radiante, los calentadores por convección y las bombas de calor.
El calor azul es el tipo de calefacción más económica: Todos los tipos de calefacción eléctrica son igual de eficientes -de hecho, la OCU subraya que loa tipos de sistemas que emplean resistencias para calentar siempre son los más ineficientes y los más caros-. Lo recomendable es contratar una tarifa nocturna y usar los radiadores durante el período valle de esta para pagar lo menos posible por kWh consumido, además de sustituir los radiadores eléctricos por una bomba de calor, mucho más eficaz.
Una caldera de condensación exige radiadores grandes: Los radiadores estándar son perfectamente compatibles con las calderas de condensación, pese a que cuanto mayor sea su tamaño, existe más margen de ahorro. Estas calderas son cómodas y seguras, destacando por su alto rendimiento y bajas emisiones. Ahorran, de media, un 18% de media. Lo habitual en cuanto a la potencia es necesitar unos 90-100 W por metro cuadrado.