Científicos de la Universidad de Berkeley han querido ahondar en el vínculo desconocido existente entre el sueño y la ansiedad. Su investigación señala una relación causal entre ambas y sugiere que la falta de sueño reduce la actividad en la corteza prefrontal, el área del cerebro responsable de la regulación de nuestras emociones.
Durante más de un siglo, los científicos han observado una correlación entre la interrupción del sueño y los trastornos del estado de ánimo, como la ansiedad y la depresión. Esta nueva investigación aborda cómo el sueño puede modular los niveles de ansiedad de una persona.
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A través de medidas experimentales como la polisomnografía y la resonancia magnética funcional, el estudio muestra que solo una noche de privación del sueño ocasionó que el 50% de los sujetos del estudio informaron niveles de ansiedad al día siguiente iguales a los detectados en sujetos con trastornos de ansiedad diagnosticados clínicamente.
Las imágenes de los cerebros de los sujetos cuando se ven vídeos que provocan emociones revelaron que la falta de sueño causa una reducción en la actividad de la corteza prefrontal (PFC). Cuanto más baja es la actividad de PFC, más altos son los niveles de ansiedad que una persona experimenta.
Además, los científicos revelaron cuál es la fase de sueño que parece correlacionarse con una mejor actividad en la corteza prefrontral al día siguiente. Una fase del sueño conocida como sueño de onda lenta NREM (movimiento ocular no rápido) podría estar directamente relacionada con una mejor actividad posterior de PFC y reducciones en la ansiedad.
“Hemos identificado una nueva función del sueño profundo, una que disminuye la ansiedad durante la noche al reorganizar las conexiones en el cerebro”, explica Matthew Walker, autor principal del nuevo estudio, apuntando a que el estado de sueño profundo funciona como un ansiolítico natural actuando inhibidor de la ansiedad, precisando llegar a él todas las noches.
Una encuesta online realizada a más de 280 sujetos reveló pequeños cambios de la noche a la noche en la calidad del sueño directamente correlacionados con los cambios diarios en los niveles de ansiedad. Aunque las personas con trastornos de ansiedad ven su sueño alterado, en raras ocasiones se considera la mejora del sueño como una recomendación clínica para reducir la ansiedad. El estudio realizado por la Universidad de Bekerley no solamente establece una conexión causal entre el sueño y la ansiedad, sino que identifica el tipo de sueño NREM profundo que necesitamos para calmar el cerebro ansioso.
Otra investigación reciente hace hincapié en esta fase particular del sueño profundo, sugiriendo que durante este ciclo específico es el momento en el que el cerebro se deshace de las proteínas tóxicas a menudo asociadas con la demencia y la enfermedad de Alzheimer.
Por último, Walker destaca que el estilo de vida moderno, caracterizado por patrones de sueño más cortos e interrumpidos, ha producido un incremento en los trastornos de ansiedad, mucho más presentes en las naciones industrializadas modernas que en las sociedades pre-industriales o los países en vías de desarrollo. “El mejor puente entre la desesperación y la esperanza es una buena noche de sueño”, concluye Walker.
La nueva investigación fue publicada en la revista Nature Human Behavior.
Fuente | New Atlas