Japón en el año 2012 dio la bienvenida a Shinzo Abe como primer ministro. Con él se inició la política económica denominada popularmente como «Abenomics» que pretendía poner punto y final a dos décadas de estancamiento económico.
Su enfoque se basaba en las «tres flechas». Por un lado, la política monetaria hiperflexible de Japón en forma de tipos de interés negativos a corto plazo se implementó para que a los consumidores y las empresas les resulte más barato pedir dinero prestado y gastar. Por otro lado, un estímulo fiscal vía gastos en infraestructura u otorgar incentivos financieros a las empresas, como exenciones fiscales. Y todo ello, acompañado de determinadas reformas estructurales enfocadas especialmente en su mercado laboral para reforma corporativa, agregar más mujeres a la fuerza laboral y permitir que más inmigrantes ingresen a la fuerza laboral para ayudar a aliviar las presiones laborales y contribuir al crecimiento económico.
Los resultados de esta política económica durante su mandato ya fueron negativos en su momento, pero, con la óptica del tiempo transcurrido años más tarde, el término nefastos puede que se quede corto. Crecimiento estancado, el yen más débil en décadas, una montaña de deuda nacional y una gigantesca cartera de bonos del banco central que es aproximadamente la mitad del tamaño del mercado de valores del gobierno japonés.
Si indagamos en la política monetaria, cuando Abe asumió el cargo en 2012, la política monetaria del Banco de Japón (BoJ) no era excepcional. Al igual que la Reserva Federal, tenía tipos a cero y había incorporado un programa de flexibilización cuantitativa (QE).
La principal diferencia con la Fed era el momento: la tasa del BoJ había llegado a cero una década antes que la de la Fed, y había llevado a cabo cierto QE entre 2000 y 2006 y nuevamente entre 2010 y 2012 cuando la Fed apenas estaba comenzando sus compras de activos propios. Pero con un 30% del PIB, el balance del BoJ no era particularmente grande. Era casi igual que el del BCE y aproximadamente 1,5 veces mayor que el de la Fed en relación con el tamaño de sus respectivas economías.
Para compensar la consolidación fiscal, el BoJ optó por una QE de un tamaño y profundidad sin precedentes que eclipsó medidas similares en Europa y Estados Unidos. El BoJ llevó su balance del 30% del PIB a más del 100% del PIB antes de la pandemia. Ahora está superando el 125% del PIB.
Y la pregunta del millón… ¿Con todo este volumen de recursos se mejoró en el crecimiento?
Durante los años de la administración Abe, el crecimiento del PIB real promedió solo el 0,9% (se excluye 2020 debido a la pandemia de COVID-19). Las cifras correspondientes fueron del 1% para la administración de Koizumi de 2001–2006, del 1,5 % para el período de 2009–2012 cuando el Partido Democrático de Japón estuvo en el poder y del 0,9% cuando los primeros ministros Hashimoto Ryūtarō (1996–98) y Obuchi Keizō (1998 –2000) se dedicaron a un gasto masivo en obras públicas.
Y no solo la administración de Abe se clasifica como la más baja en crecimiento del PIB (tasa anualizada basada en el PIB real trimestral), encadenando múltiples minirecesiones, sino que el consumo personal también registró un crecimiento negativo durante los años de Abe. Un fracaso en toda regla.
Pero con tanta impresión monetaria, ¿los objetivos inflacionistas se lograron?
Japón partía de un escenario de una deflación y bajas tasas de interés que habían persistido durante muchos años. El objetivo de la primera flecha era conseguir un IPC del 2% ya tal objetivo nunca se logró durante el mandato de Abe. Únicamente se consiguieron esbozos de subidas de los precios al consmidor cuando se incrementó el impuesto al consumo en las dos ocasiones.
¿Y la deuda?
Si bien Abenomics implicó un aumento en el gasto público para respaldar el crecimiento, la estrategia también tenía como objetivo lograr un superávit presupuestario y reducir la deuda a largo plazo. Los datos indican que este objetivo tampoco ha sido cumplido. La deuda ya era la más alta de los países de la OCDE por encima del 200% sobre PIB.
La deuda pública de Japón había aumentado en 30 puntos porcentuales, del 233% del PIB al 263%. La causa de este aumento masivo fue la acumulación de enormes déficits fiscales antes, pero especialmente durante, el mandato del Primer Ministro Abe, debido al desempeño económico continuamente decepcionante, especialmente desde el comienzo de la pandemia de COVID-19. De hecho, en 2020, en respuesta a la pandemia, la administración Abe lanzó un paquete fiscal masivo de más del 20% del PIB, que aumentó aún más la deuda pública.
Su última víctima ha sido el yen…
El yen ha sido visto durante mucho tiempo como un refugio seguro, que los inversores tradicionalmente acudían para protegerse en tiempos de crisis. No obstante, en estos tiempos que la inflación apretaba, el BoJ ha decidido mantener los tipos de interés por debajo de 0% para no perjudicar el crecimiento económico. Sin embargo, paralelamente, la Fed ha iniciado una subida continuada de tipos de interés. Este diferencial en la política monetaria ha llevado a que el yen haya perdido más de una quinta parte de su valor frente al dólar estadounidense para alcanzar el nivel más bajo desde 1990.
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La noticia
El fracaso de Abenomics: deuda récord, un yen que se desploma a niveles de 1990 y una economía sin crecimiento
fue publicada originalmente en
El Blog Salmón
por
Marc Fortuño
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