Si algo fue difícil de medir, en parte por la terrible novedad, y en parte porque a determinados políticos mundiales tampoco les interesaba en absoluto tener sonrrojantes cifras de calidad, ha sido las estadísticas de la afectación de la pandemia, donde realmente por ejemplo en España todavía “oficialmente” no sabemos a ciencia cierta ni cuántos muertos llevamos por el COVID-19. Pero hay otro tipo de cifras econométricas que también está resultando harto difícil de interpretar para tratar de dilucidar la gravedad de la otra gran pandemia de nuestro tiempo: la pandemia socioeconómica, esa que ya les advertimos el 3 de febrero de 2020 que irrumpiría a nuestro mundo junto con el virus para degenerar gravemente nuestras vidas y nuestras socioeconomías.
Pues bien, en ese plano económico, resulta casi imposible conocer el impacto real de la pandemia sobre el empleo en forma de destrucción real. Pero por mucho que las estadísticas del empleo puedan resultar engañosas si no se saben leer entre líneas, por mucho que los políticos jamás vayan a admitir la gravedad extrema por la que están pasando nuestra socioeconomía, y por mucho que tampoco sepamos a ciencia cierta ni cuántos nuevos afectados laboralmente tenemos padeciendo los estragos del COVID-19, algo se puede dilucidar.
Y para ello, como siempre, contra las sombras de las cifras econométricas poco precisas, contra las palabras vagas, contra los que eluden las preguntas más incómodas, pues tenemos en nuestra mano los datos objetivos, las cifras contrastables, y los argumentos coherentes. Así se combaten los procesos de destrucción socioeconómica, sean fortuitos o provocados: ciencia económica contra inconsciencia decimonónica.