¿Cuál es la mejor hora o momento del día para cenar?

Pasamos mucho tiempo planificando lo que comemos, pero además del qué, el cuándo también es fundamental. De hecho, en palabras de los nutricionistas, en el caso concreto de la cena, el momento en el que la ingerimos y todo lo que sucede alrededor se perfila como algo de especial importancia. La dietista Joy Dubost, portavoz de la Academy of Nutrition and Dietetics informaba al Washington Post que mientras que antes se afirmaba que una caloría es una caloría sin importar cuando se consuma, las investigaciones emergentes revelan que el momento puede tener un impacto relevante. 

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Estudios recientes han demostrado que cuando las calorías se consumen más tarde por la noche, el cuerpo tiende a almacenarlas como grasa en lugar de quemarlas como energía. Además, otras investigaciones realizadas con animales determinaron que los alimentos son procesados ​​por el cuerpo de diferentes maneras dependiendo de la hora del día en la que sean consumidos, pudiendo deberse “a la actividad física, niveles hormonales, cambios en la temperatura corporal, reacciones bioquímicas y absorción y digestión de los alimentos”, según Steven Shea, director del Oregon Institute of Occupational Health Sciences at Oregon Health & Science University.

El tiempo importa

En términos absolutos, no existe un momento u hora exacto del día para cenar, sino que este depende de cuando te levantas para ir a la cama y de la hora a la que te vas a dormir, así como de la forma y el momento en el que ingieres el desayuno o la comida, tal y como revela Angel Planells, también de la Academy of Nutrition and Dietetics a MNN. Depende de cuándo se levanta e irse a la cama, así como de cuándo y cuándo come sus otras comidas.

“El desayuno te prepara para el éxito”, dice Planells. “Si no desayunas, a la hora del almuerzo te mueres de hambre y, a la hora de la cena, cualquier plan de alimentación saludable está prácticamente fuera de tus posibilidades”. Los horarios de la cena guardan una estrecha relación con tu estilo de vida, que depende de la hora a la que salgas de la oficina, de la conciliación familiar o de la distancia existente entre tu casa y tu trabajo. 

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Si cenas tarde, lo fundamental es evitar comidas pesadas o demasiado copiosas, que pueden provocar ardor de estómago, pesadillas y problemas para dormir. Si cenas demasiado temprano y no consumes la suficiente proteína o fibra, puedes tener hambre horas más tarde y optar por un bocadillo, galletas o repostería, lo que resulta contraproducente.

Las personas que desean perder peso pueden optar por adelantar la hora de la cena, incrementando de este modo la quema de grasa nocturna y reduciendo el apetito, según muestra un estudio dirigido por Courtney Peterson en el Centro de Investigación Biomédica de Pennington. Cenar temprano también es óptimo para controlar el azúcar en la sangre. La frecuencia con respecto al resto de comidas es importante: cuanto más corto sea el intervalo entre una comida y otra, más se incrementa la quema de grasa. 

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Los expertos subrayan que por norma general debes dejar pasar dos horas para hacer la digestión después de cenar, incluso más tiempo si la cena tiene varios platos o te das el homenaje, ya que ingredientes como los embutidos o los quesos grasos enlentecen la digestión, pudiendo producir pesadez, gases y dolor abdominal, mermando la calidad del sueño.

Fuente | Mother Nature Network

Por qué en Florida van a liberar 750 millones de mosquitos modificados genéticamente

Un extravagante y controvertido plan para controlar la población de mosquitos en la zona de los Cayos de la Florida ha recibido la aprobación final de la Agencia de Protección Ambiental (EPA). La medida implica liberar cientos de millones de mosquitos alterados genéticamente en este archipiélago de alrededor de 1700 islas situado a lo largo del estrecho de Florida. Con ello se pretende limitar la cantidad de insectos, que aumentará a medida que el cambio climático aumente las temperaturas y el nivel del mar.

Los funcionarios locales quieren usar estos bichos alterados como alternativa a los insecticidas ante la proliferación de estas especies. La modificación genética, que es común en la exploración de científicos de todo el mundo, implica hacer que las larvas hembras, responsables de la puesta de huevos, mueran muy jóvenes antes de que puedan reproducirse. Los mosquitos machos propagan el gen y, en la práctica, conlleva a una reducción de la población a lo largo de varias generaciones.

No es la primera ocasión en la que se realiza un plan similar. Como indican desde Popular Mechanics, en 2019 una liberación controlada en Brasil se convirtió en noticia en todo el mundo cuando los mosquitos modificados genéticamente no solo vivieron hasta una edad adulta fructífera, sino que comenzaron a cruzarse y tal vez incluso fortalecer las poblaciones locales de mosquitos. Años antes un ensayo en el país sudamericano mató al 95 por ciento de los mosquitos.

Los científicos continúan investigando formas de autolimitar a los insectos mediante el uso de genes, como las polillas invasoras que destruyen los cultivos y son resistentes a la tecnología química existente. Con estos mosquitos, el riesgo de multiplica en torno a la transmisión de enfermedades como dengue, zika, chikungunya o la fiebre amarilla.

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No obstante, cabe recordar de nuevo que el foco de las especies invasoras y su extensión a nuevos territorios está en el Antropoceno y en la mano humana, que con la deforestación, eliminación de biodiversidad y emisiones contaminantes genera desequilibrios en las poblaciones de animales, nuevos flujos migratorios y extinciones masivas.

El experimento de Oxitec ha pasado por todos los niveles de aprobación, desde la local hasta la EPA. Oxitec debe “notificar a los funcionarios estatales 72 horas antes de liberar los mosquitos y realizar pruebas continuas durante al menos 10 semanas para garantizar que ninguna de las hembras llegue a la edad adulta”, según informa CNN.

Según la BBC, en mayo la Agencia de Protección Ambiental del país concedió permiso a la empresa Oxitec para producir los mosquitos macho Aedes aegypti genéticamente modificados, conocidos como OX5034.

“La liberación de mosquitos genéticamente diseñados pondrá en riesgo y sin necesidad alguna a los floridanos, al medioambiente y a las especies en peligro de extinción en medio de una pandemia”, ha avisado en un comunicado el grupo Friends of the Earth. Por otra parte, más de 240.000 personas han firmado una petición en la plataforma Change.org criticando la iniciativa de Oxitec y denunciando el uso de regiones estadounidenses como territorio de prueba para dichos mosquitos mutantes.

Fuente | Popular Mechanics de Comprar reseñas Google

Un estudio plantea que el catarro proporcionaría cierta inmunidad ante la COVID-19

Un estudio dirigido por La Charité – Universitätsmedizin de Berlín y el Instituto Max Planck de Genética Molecular muestra que algunos individuos sanos poseen células inmunes capaces de reconocer el nuevo coronavirus, el SARS-CoV-2. Esto podría ser el resultado de anteriores infecciones por coronavirus que causan los resfriados comunes.

Aunque las investigaciones más recientes han señalado que los anticuerpos contra el coronavirus desaparecen a los pocos meses de la infección, otros estudios han levantado esperanzas en torno a la inmunidad al descubrir que la defensa del cuerpo va más allá de los anticuerpos y que las células T juegan un importante papel. 

Es en estas células en las que se han fijado los investigadores del nuevo estudio y han descubierto que una de cada tres personas sin exposición previa al SARS-CoV-2 tiene células T capaces de reconocer el virus.  Lo más probable es que el SARS-CoV-2 comparta ciertas similitudes estructurales con los coronavirus que son responsables del resfriado común, concluyen los autores.

No se sabe exactamente qué protección puede ofrecer esta exposición anterior ante el COVID-19 y los investigadores seguirán investigando ese área, pero ya tienen algunas teorías.

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“En general, es posible que las células T tengan un efecto protector, por ejemplo ayudando al sistema inmunológico a acelerar su producción de anticuerpos contra el nuevo virus”, explica el autor principal, el Dr. Leif Erik Sander, del Departamento Médico de Charité.

“Yo creo que, por supuesto, cuántas más veces haya estado expuesta una persona a un virus parecido, más información tiene de ese virus”, aventuraba ya en mayo Ana Fernández-Sesma, la viróloga española que  dirige un laboratorio en la Escuela de Medicina Icahn en el Hospital Monte Sinaí, en una entrevista con Business Insider España. 

“La infección por otros virus anteriores te puede ayudar a combatir la enfermedad. No creo que protejan contra infección, pero quizá tienes un cuadro más leve“, teorizó.

Sin embargo, el Dr. Leif Erik Sander advierte de que podría tener un efecto negativo: “También es posible que la inmunidad reactiva cruzada pueda conducir a una respuesta inmunológica mal dirigida y a efectos potencialmente negativos en el curso clínico de COVID-19. Sabemos que esto puede ocurrir con la fiebre del dengue, por ejemplo”.

A pesar de todo, su apuesta también es que, en este caso, la presencia de estas células T hace que los síntomas sean más leves. 

*Artículo original publicado por Ana Zarzalejos en Business Insider

Descubren que algunos peces abisales pueden absorber el 99,5% de la luz

Un grupo de científicos de la Universidad Smithsonian y Duke descubrieron que algunos peces de las profundidades abisales del océano absorben el 99,5% de toda la luz que los golpea, técnica que les permite ocultarse de forma eficiente, dotándolos prácticamente del aspecto de siluetas. Hasta ahora, la técnica se ha encontrado en 16 especies diferentes, relacionadas de forma distante.

Las especies comparten rasgos: todos estos animales viven a profundidades oceánicas por debajo de los 200 metros, en la oscuridad abisal fuera del alcance de la luz solar. Algunos especímenes se han adaptado a este entorno produciendo su propia luz, llamada bioluminiscencia, que puede usarse para atraer alimentos o parejas, o para iluminar a los depredadores y las presas que se esconden en la oscuridad.

Mientras, otros animales se alían con la penumbra para sobrevivir, absorbiendo casi todos los fotones de luz. El equipo encontró evidencia del mecanismo que funciona para ayudar a los peces tanto para comer como para no ser comidos. El análisis describe una cresta ultra negra que usa su camuflaje para evitar la depredación, y como último recurso, sus escamas desmontables pueden dejarla escapar si la agarran.

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Entre las especies que engullen la luz que les llega, destaca el dragón negro del Pacífico, una criatura de aspecto temible que combina la piel ultra negra con un señuelo bioluminiscente. De esa manera, su propia luz no se refleja en su piel para ahuyentar a las presas. Incluso su afilada dentadura es transparente y antirreflectante. 

Para investigar exactamente cómo los peces logran absorber la luz de manera tan efectiva, el equipo examinó de cerca los especímenes criados desde las profundidades de las redes de arrastre. Los resultados arrojaron que el secreto reside en la melanina, un pigmento absorbente de luz que también oscurece naturalmente la piel humana.

Estas especies de peces cuentan con elevadísimos niveles de melanina en su piel, organizada de forma particular. Las células pigmentarias están formadas por compartimentos densamente llamados melanosomas, que desperdician muy poca luz gracias a su tamaño, forma y posición. Lo que no absorben, lo desvían a otros melanosomas. Dicho de otro modo, estos inteligentes peces han creado “una trampa de luz delgadísima y ultra eficiente”.

El dragón negro del Pacífico es una criatura de aspecto temible, y una de las especies de peces ultra negros descritas en el estudio

El dragón negro del Pacífico es una criatura de aspecto temible, y una de las especies de peces ultra negros descritas en el estudio

El mismo principio general se aplica a otros materiales ultra negros, tanto naturales como artificiales, pero es en estos peces donde funciona de forma más eficiente. Entre los ejemplos restantes encontramos algunas aves con plumas extremadamente negras, que contrastan con los colores vibrantes para atraer parejas. La superficie de estas plumas está formada por estructuras microscópicas en forma de cepillo de botella, que dispersan la luz entre ellas. En el campo de los materiales sintéticos, donde destacan variedades como el Vantablack, estos pueden dispersar la luz entre los nanotubos de carbono.

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El sistema a base de melanina utilizado por los peces es mucho más pequeño y más sencillo a nivel mecánico, el cual podría inspirar el diseño de futuros materiales negros más baratos, duraderos y económicos. “Se trata del único sistema que conocemos que utiliza el pigmento mismo para controlar cualquier luz inicialmente no absorbida”, apunta Karen Osborn, investigadora principal del estudio. La experta señala que en lugar de construir algún tipo de estructura que atrape la luz, se debería intentar que el pigmento absorbente tenga el tamaño y la forma correctos, con el fin de reducir la fragilidad y conseguir la misma absorción potencialmente mucho más barata.

La investigación fue publicada en la revista Current Biology.

Imágenes | Karen Osborn, Smithsonian Institution

Fuente | New Atlas

Lo que la búsqueda de inteligencia extraterrestre nos enseña para entender la pandemia

La combinación de unos números muy grandes (la población total susceptible de ser contagiada) junto con unas probabilidades ínfimas (las asociadas al contagio individual y a la aparición de determinados síntomas graves) da como resultado unas cantidades de muy difícil interpretación. Sobre todo si ignoramos la disponibilidad de servicios hospitalarios. Así, las diferencias entre el riesgo individual y el comunitario se entremezclan y en ocasiones se oscila entre el excesivo alarmismo y el optimismo injustificado.

Para ilustrar esta situación en un contexto más amable, podemos utilizar la fórmula presentada en 1961 por el radioastrónomo Frank Drake para dar una base cuantitativa al proyecto SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence) en la segunda mitad del siglo XX. SETI suponía un intento científico para determinar la probabilidad de establecer contacto con civilizaciones extraterrestres en nuestra galaxia, algo que muchos verán como mera ciencia-ficción pero que podemos abordar con un espíritu analítico.

¿Cómo podríamos determinar el número de eventos de un determinado suceso tan improbable como la comunicación con una sociedad tecnológica extraterrestre? La estrategia consiste en separar los factores que deben concatenarse para lograr un positivo. Asumiremos que todos estos sucesos son independientes y que, por lo tanto, podemos determinar la probabilidad de que se den simultáneamente con una sencilla multiplicación. Añadiendo factores podemos llegar a una estimación razonable sobre la probabilidad del evento final: aquel en el que todos los sucesos se combinan perfectamente.

Esta tarea abarca un buen número de disciplinas que van desde las ciencias experimentales hasta especulaciones de muy discutible fundamento, pasando por áreas del conocimiento más difícilmente mensurables como la historia y las ciencias sociales.

Podríamos comenzar tomando como primeros factores la fracción de estrellas en la galaxia que presentan planetas en su entorno y la cantidad de estos que tienen la composición adecuada y están en la zona de habitabilidad. Estas son cuestiones que las últimas misiones espaciales como Kepler, Gaia y TESS nos permiten cuantificar. Pisamos tierra firme o, al menos, un suelo más firme de lo que Drake pudo hacer en su momento.

Ecuación de Drake.

Ecuación de Drake.

¿Cómo cuantificamos la probabilidad de que surja vida en un planeta que aparentemente reúne las condiciones adecuadas? ¿En cuántos de ellos se ha desarrollado la vida inteligente en forma de civilizaciones? Hasta la fecha, aunque Marte o Venus reunieran condiciones habitables en el pasado, solo conocemos un caso positivo: la Tierra. Ninguno de los más de 4 000 planetas extrasolares conocidos ha demostrado de momento sustentar una biosfera como la nuestra.

A partir de aquí la cuestión se complica. Necesitaríamos cuantificar la evolución de las sociedades hacia la tecnología y el deseo de comunicarse con el resto del universo. También influirá el tiempo durante el cual sean capaces de hacerlo: un siglo, mil años o, como sugirió Drake, hasta 10 000 años. Los datos experimentales para establecer estas cantidades son muy escasos y se basan en la historia humana y en la dinámica de las sociedades que solo comenzamos a comprender de una forma cuantitativa.

En el momento en que Frank Drake asignó valores a todos los términos se encontró con un resultado extraordinario: hasta diez civilizaciones deberían ser detectables mediante SETI. Pero, si así fuera, ¿dónde se encuentran? Esta es la llamada Paradoja de Fermi, opuesta al optimismo de Drake. Encontrar las razones de este inquietante silencio, como se le ha llamado, es también una buena manera de explorar nuestro futuro inmediato y tratar de adivinar los riesgos que como civilización nos pueden esperar a la vuelta de la esquina cósmica.

Otros autores discreparon con los números de Drake desde el primer instante, obteniendo valores mucho más bajos que manifestaban la improbabilidad de lograr el contacto gracias al proyecto SETI. Pequeñas variaciones en los términos que se multiplican en esa larga cadena resultaban en cambios notables del resultado final y, peor aún, las incertidumbres se propagaban exponencialmente en el resultado.

De la ecuación de Drake podemos aprender que los eventos individuales pueden ser realmente infrecuentes o improbables pero, aplicados a una población lo suficientemente grande, su aparición es inevitable. Además, cuando los eventos dependen de una larga cadena de condiciones cuyas probabilidades no podemos estimar con total certeza, nuestra capacidad de predecir los eventos futuros se enturbia. La diferencia con la epidemiología es que, en esta, buscamos que los eventos sucedan en el menor número posible y, para ello, podemos actuar sobre algunos de los factores involucrados.

Desde un punto de vista sanitario, la probabilidad de un evento único, como que enfermemos con síntomas graves, puede ser muy baja, casi despreciable. Aplicada sin embargo sobre el conjunto de la población, terminará sucediendo. Y lo hará más de una vez. Los factores que influyen incluyen la biología, fisiología y la sociología, con una transversalidad similar a la de la astrobiología.

La buena noticia es que cambiar esto se encuentra en nuestra manos: alterando unos pocos factores podemos reducir el número a una cantidad, si no nula, al menos manejable. En ello estamos.The Conversation

Santiago Pérez Hoyos, Investigador Doctor Permanente – Astronomía y Astrofísica, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.